Repensar el mundo

Introducción

Una reflexión sobre la existencia

Tengo setenta y seis años y he decidido repensar el mundo. Siguiendo a Descartes, primero intentaré descubrir si hay algo que pueda decir con certeza. Me parece que lo primero que puedo afirmar, sin ninguna duda, es que existo porque soy consciente de mí mismo y del mundo que me rodea, independientemente de cómo existamos mi entorno y yo.

Es imposible seguir esta línea de pensamiento sin hacerse otras preguntas, como de qué forma el mundo y yo llegamos aquí y ahora.

No veo ningún problema en aceptar la teoría del Big Bang como hipótesis: una tremenda explosión llamada Big Bang creó el universo que conocemos. Sin embargo, ¿cuál era la naturaleza de lo que explosionó? ¿Lo que explosionó estuvo allí permanentemente o apareció de la nada? Si siempre había existido, ¿cómo y por qué explosionó en ese momento? Y si no, ¿cómo apareció?

Por tanto, parece necesario proponer -y probar o refutar- una segunda hipótesis que responda a estas preguntas. Podemos pensar que algo de naturaleza desconocida ya existía o surgió espontáneamente de la nada y explosionó espontáneamente. También podemos admitir que un ser creativamente inteligente pudo crear algo e iniciar el proceso del Big Bang. A la hora de afrontar este dilema, la segunda opción parece más razonable.

Dejemos de lado esta última y desafiante pregunta y centrémonos en la naturaleza de esta conciencia de uno mismo y del mundo circundante. Esta conciencia consiste en la percepción de la realidad subyacente, pero no significa que lo percibido y la realidad coincidan.

Un principio fundamental de Física establece que lo que se percibe no es la realidad en sí, sino la interacción del sistema de observación con la cosa o hecho observado. Podemos agregar a las afirmaciones anteriores que interpretamos los resultados del proceso de observación en función de la forma en que conocemos.

Quedan por discutir las diferentes formas de existencia. La primera y más natural suposición es que existe un mundo real, como el que percibo, y que existo como me percibo a mí mismo. Sin embargo, mi percepción no es la de la realidad misma, sino el resultado de la interacción de esta realidad con el sistema de observación. Por lo tanto, puedo pensar que el sistema de observación solo introduce alteraciones menores, por ejemplo: en lugar de ver iones de cloruro y cationes de sodio al observar un cristal de sal, lo que percibo son patrones de difracción.

Una segunda posibilidad es que tanto el mundo que me rodea como yo somos programas dentro de una inteligencia artificial más extensa. Entonces, percibiría al mundo y a mí mismo según muestren simples fragmentos de código insertados en el código global.

Como la anterior, una tercera opción es considerar tanto el mundo que me rodea como a mí mismo como ideas en una mente superior. En este caso, mi percepción de la realidad es la idea que esa mente única tiene de aquella.

De las ideas precedentes, cualquiera puede inferir la existencia de algo porque uno mismo es consciente de ello, independientemente de la naturaleza de esa cosa o entidad. Con esto, nos estamos haciendo referencia  referimos a algo llamado Dios, ni Absoluto, ni constructos parecidos delos cuales no nos es posible hablar porque no podemos tener ninguna evidencia como no sea las experiencias personales que relatan los místicos de cualquier religión. Se trata de una entidad hipotética a la que nos ha conducido nuestra reflexión.

El ser de la entidad (hipotética) mencionada no puede depender del de otra, ya que conduciría a un proceso sin fin.

Esta entidad, que vamos a describir como el “Ser Primordial”, no puede ser inmutable ya que todo lo que conocemos ha surgido de ella o está en ella. Sin embargo, cualquier cambio implica la existencia de un antes y un después, es decir de un “tiempo propio” de la entidad.

“El Ser Primordial” existe, pues, en sí mismo y siempre ha existido en términos de su “tiempo propio”.

No podemos decir nada sobre la naturaleza de “El Ser Primordial” o sus cambios, que garantizan la existencia de su “tiempo propio”. Sin embargo, podemos, al menos por analogía, hacer alguna hipótesis la naturaleza del “tiempo propio del Ser Primordial”.

El "tiempo propio" debe ser lineal, sin que importe cual sea la forma de esa línea de tiempo. Desde una perspectiva matemática, cada intervalo de tiempo dentro del "tiempo propio del Ser Primordial" debe ser una especie de intervalo abierto (infinito, presente).

En algún momento de su “tiempo propio”, el “Ser Primordial” creó algo “nuevo y diferente de sí mismo” que contenía los elementos necesarios para evolucionar hacia lo que ahora llamamos “la realidad”.

Sigue siendo discutible si el "Ser Primordial" ha creado algo "nuevo y diferente de sí mismo" en sí mismo, o si ha hecho algo externo fuera de sí mismo.

Si el “Ser Primordial” hubiera creado algo “nuevo y diferente de sí mismo” en sí mismo, “la realidad” serían como ideas o pensamientos del “Ser Primordial”. De lo contrario, podrían surgir todas las posibilidades discutidas al principio.

Por tanto, aceptaremos, como hipótesis plausible por el momento, la aparición del mundo en función del tiempo propio del “Ser Primordial”. Aceptaremos también que la creación de la realidad hace aparecer simultáneamente otra forma de tiempo, que llamaremos el “tiempo del mundo”.

Desafortunadamente, es imposible seguir esta línea de pensamiento sin recurrir a construcciones filosóficas que son incluso menos defendibles que las ya desarrolladas durante la historia de la filosofía.

Sigamos pues observando el Universo que habitamos, tanto globalmente como en algunas de sus partes más próximas a nosotros.

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